domingo, 30 de noviembre de 2014

ARTE CREA ARTE

En Detroit vive un tío que es un artista en el sentido verdadero, real, integral de la palabra, por encima del dinero, del éxito, del deseo de fama, por encima de egos y de prestigio. Una persona que tiene una concepción artística de la existencia pero no como una pose sino como una forma de ser que le nace de modo natural. El arte es consustancial a su ser, es su ser mismo. Su forma de vivir es un testimonio también de sabiduría. Dicen que era mejor que Bob Dylan, realmente es un genio. No renunció a su nombre por otro más comercial que le habría podido ayudar a ser más popular. Era igual de artista antes de que un sensacional documental (Searching for Sugar Man) lo sacara de entre la masa. Cuando sus canciones triunfaban en Sudáfrica y él, ignorándolo, seguía trabajando en una empresa de derribos, seguía siendo un artista, más si cabe. Cuando supo que era un ídolo, un icono en otro país, tampoco renunció a su vida. Se llama Rodriguez y le conocen como Sugar Man. Es la historia de un artista, de una persona que jamás renunció a sí mismo.


  

En Jerez de la Frontera vive un músico, Fernando García. Era el líder del grupo Rey de Copas y dejó la música durante diez años a raíz del accidente de su hijo. No sólo la música le une a Sugar Man. Años después de abandonar los escenarios, ignorándolo, casi al azar se da cuenta de que una de sus canciones ha tenido muchísimo éxito en otro continente musical distinto al suyo, en el de la música electrónica, después de que remezclaran y versionaran una canción suya. Ahora le llaman el Sugar Man de Jerez. Es un artista de la vida y lucha porque le den lo que en justicia le corresponde.




En esa misma ciudad hay un hombre joven que no sabía qué hacer con su vida. No encontraba su camino. Miraba a la vida desde el sentimiento, desde el arte. No sabía que su camino era ese, la mirada. La mirada retenida, la fotografía. Y cuando la conoció empezó a crecer porque todo somos semillas necesitadas de buenas condiciones para florecer.  Y así este hombre se ramificó en miles de ramas con lustrosas hojas  cuyos bellos frutos empiezan a nacer aunque todavía hayan de madurar. Él no lo sabe pero ahora está en el camino de ser también un artista. Se llama Alejandro Pérez Vega, es fotógrafo y varios meses después ver Searching for Sugar Man fotografió al Sugar Man de Jerez para un periódico.





Quizás ahora mismo, mientras escribo estas palabras, un niño esté aprendiendo a leer en otra parte del mundo. Un niño que llegará a ser un verdadero escritor.

viernes, 14 de noviembre de 2014

LA IMPUNTUALIDAD


Al despertar esta mañana una tremenda alegría de origen desconocido me inundaba. No me cuestionaba el motivo de la misma, la experimentaba como una sensación natural y habitual en mí, con sentirla me bastaba. Desayuné leche y galletas, mojando éstas en la leche y con ellas el mantel, mientras miraba absorto los dibujos animados. Se me echó el tiempo encima y salí de casa atolondrado. A la par que me colgaba la mochila terminaba de meterme la camisa por dentro del pantalón. Al menos dos veces estuve a punto de tropezar durante estas maniobras. Posteriormente vi aparcado ese coche que tanto me gusta y empecé a mirarlo a la vez que seguía caminando. Al  sobrepasarlo seguí mirándolo con la cabeza vuelta hacia él. Faltó poco para chocar con una farola. Sonó la sirena y eché a correr, fui el último en llegar y el director me riñó por mi tardanza. Me amenazó con un parte. Hace tiempo que las regañinas no producen ningún efecto en mí, si acaso nostalgia o melancolía. Dejé la escuela tras terminar mis estudios y entré en la fábrica. Treinta años después no he querido dejar de ser un niño aunque sólo sea por la falsa esperanza de que vuelvas de donde quieras que estés aunque sea para reñirme. Te quiero mamá.


sábado, 1 de noviembre de 2014

EPIDEMIA DE MIEDO

  Desperté y vi a cientos de personas tiradas en el suelo, en condiciones penosas, muriendo indignamente. Muchos de ellos eran niños, sin síntomas todavía, que permanecían al lado de sus madres agonizantes. Con ellos moría parte del futuro de este mundo. La gente huía de los enfermos y los abandonaba a su propia suerte. No existía ni siquiera la infraestructura necesaria para tratar a una población sana. En los medios apenas se ensalzaba la valentía y solidaridad de las pocas personas que permanecían junto a los enfermos. Las noticias se ocupaban fundamentalmente de los escasos contagios producidos en los países desarrollados. Entonces me levanté del sofá y apagué el televisor. Cogí el coche y me dirigí hacia el trabajo. Durante el trayecto me asaltaron algunas preguntas: ¿qué utilidad tienen los organismos internacionales?, ¿quién o qué determina el valor que tiene un vida?, ¿vale más la vida de un perro que la de un niño africano?, ¿a cuántos negros equivale la vida de un blanco?, ¿en qué momento olvidamos la solidaridad? Sumido en estas preguntas conducía como un autómata hasta que vi una luz roja. Detuve el coche a la altura del semáforo. Junto a él un adulto joven de complexión fuerte ofrecía sus pañuelos a los conductores. Subí rápidamente la ventanilla, era negro. Entonces descubrí que yo también había sido contagiado por una de las epidemias más nocivas para la humanidad, la del miedo.