viernes, 27 de abril de 2012

LAS MONARCAS EN CÁDIZ

No, no se trata de ninguna noticia extraída del futuro según la cual una futura heredera a la corona española, como guiño y demostración de la modernidad de la institución y tras declarar su lesbianismo  y presentar públicamente a su pareja, realiza un comunicado vía twitter informando que trasladan la corte a los Caños de Meca, donde practicarán el nudismo, despachando de esa guisa y atendiendo sus obligaciones como Jefa de Estado por vía telemática. Tampoco se trata de una huída de las féminas de la Casa Real ante el comportamiento poco ejemplar de sus, cada vez, menos amados varones.

Revisados sus escritos, tampoco corresponde a ninguna profecía de Nostradamus de enigmática interpretación. Se trata de algo más sencillo a la vez que sorprendente.


Cada año, la bella mariposa monarca (danaus plexippus), con diez centímetros de envergadura de alas y un peso de un gramo, emigra desde Cánadá y el norte de Estados Unidos hasta México huyendo de las frías temperaturas invernales, realizando el viaje de vuelta en primavera. Su migración constituye un verdadero espectáculo visual, además de una proeza.






Según el estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Córdoba y de la Fundación Migres, la mariposa monarca ha conseguido atravesar el Atlántico arrastradas por los fuertes vientos de oeste y llegar hasta Cádiz, donde se han asentado en la franja litoral comprendida entre Vejer de la Frontera y Jimena de la Frontera. Las temperaturas reinantes en la zona así como otras dos translocaciones o introducciones de plantas no autóctonas de la península ibérica (la adelfilla procedente de América Central en el siglo XVI y desde África la mata de seda en el siglo XVIII) crean condiciones suficientes para su supervivencia y reproducción.


Éstas náufragas del viento, constituyen un ejemplo de la naturaleza que no puede pasar desapercibido para el ser humano. Si un ser tan frágil consigue sobrevivir a un desplazamiento de más de 5.000 kilómetros a merced de los vientos, ¿por qué pensar que el ser humano, dotado de inteligencia para aprender del entorno y adaptarse a él, no será capaz de superar las situaciones difíciles que se le han de presentar a lo largo de su vida?. El pesimismo constituye un límite para el desarrollo de nuestras capacidades que nosotros mismos nos imponemos. Como seres inteligentes con nuestra actitud debemos de orientar nuestras aptitudes hacia la superación de los obstáculos que nos encontremos y no hacia la frustración de nuestras expectativas. En la vida no todo depende de nosotros, sólo nos queda creer en nosotros mismos. Basta hacer como las mariposas monarca, ser bellos (en nuestro caso por dentro), no desfallecer y, a veces, dejarse llevar.








Paradójicamente, merced a un vuelo de varios miles de kilómetros, otro monarca, mata en un país africano a un elefante y, según información oficial se cae y se fractura la cadera (al monarca me refiero, porque del elefante nadie se preocupó mucho). Pero, ¿y si las monarcas mariposas hubieran desviado su vuelo hacia ese país africano y este otro monarca se hubiera quedado aquí?, seguramente dicha persona no se habría roto la cadera, nos habríamos ahorrado el bochornoso y poco ejemplar espectáculo en los momentos de crisis en los que estamos y, lo más importante, el elefante seguiría vivo.


Con esto pues, en los tiempos de grandes razonamientos en que vivimos, quedaría oficialmente demostrado  como el uso del vuelo a motor perjudica a la supervivencia de los elefantes mientras que el vuelo natural de las monarcas favorece fundamentalmente el disfrute de nuestros sentidos.







De todo lo expuesto deducimos que, puestos a que haya monarquía, mejor que sea la de las mariposas, que al menos son bonitas y se saben comportar, y que igual sería conveniente que nuestra monarquía aprendiera a volar de forma natural, sin propulsión mecánica, por si tiene que acabar migrando, no ya por lo feos que son, sino por sus poco ejemplares comportamientos.


Aprendamos todos de las mariposas.

jueves, 12 de abril de 2012

DE LOS NOMBRES


Los nombres propios son aquellas palabras que, aunque etimológicamente pueden tener un significado, normalmente este, con el paso del tiempo, se ha perdido de la memoria colectiva. Por ello,su elección suele hacerse fundamentalmente por criterios estéticos sonoros, por herencia, cuestiones sentimentales o modas.


Inicialmente el nombre propio tenía un significado que aludía a alguna cualidad o característica que se pretendía que se transfiriera o identificara a su portador. Sin embargo, en la mayoría de las llamadas “sociedades desarrolladas” el referente de su significado se ha perdido.  En  una sociedad con una percepción antropocéntrica, todas las palabras tienen su significado salvo aquellas que designan e identifican a las personas. Los nombres propios son palabras que no suelen estar en el diccionario, aunque son de las más usadas en el día a día. Nuestro nombre será sin duda la palabra que más veces oigamos en nuestra vida. El conjunto de experiencias que conforman la vida es el diccionario en el que aprendemos que significa cada nombre en cada momento para cada uno de nosotros.


Aunque bien pensado, igual se ha perdido el significado inicial de cada nombre porque ¿es posible que una sola palabra compartida por personalidades tan diversas defina acertadamente a todas las que lo comparten?. Quizás como consecuencia del desconocimiento de su significado original o por el propio hecho de que muchas veces el significado del nombre no se ajustaba al de la persona , surgieron los motes, sobrenombres o alias (al final resultó que el jefe de los cazadores de la tribu, Gran Ojo de¨Águila, no veía un bisonte ni aunque le estuviera pisando el pie, como así pasó, y este desgraciado accidente unido con el fuerte acento castellano fruto del contacto con los primeros misioneros españoles hizo que los demás indios en lugar de por su nombre originario pasaran a llamarle, Gran Cojo de Ávila).


A pesar de la pérdida de su significado, un nombre es una etiqueta, un traje que enfunda y caracteriza a quien lo lleva. Sólo que ese traje no lo elije normalmente quien ha de vestirlo. Así resulta que a veces ese traje le viene a uno grande o pequeño,  es demasiado llamativo o extravagante, o bien está pasado de moda o lo lleva demasiada gente.




Por otra parte, llegado un determinado momento la tribu era tan numerosa que hubo que llevar la cuenta de quienes la conformaban, identificándolos por su nombre. Así nacieron los registros oficiales de personas. La inscripción en el registro es la que determina la existencia oficial de la persona. Sin duda no le damos la suficiente importancia a este hecho y pasamos por alto que, de esta forma, el ser humano civilizado es un animal que consigue la proeza de nacer dos veces. Además de esta forma nos garantizamos la eternidad pues ese nombre que se nos impone, nunca mejor dicho, el día de nuestro nacimiento, aun pervive a nuestro fallecimiento. Ese traje que se nos enfunda es nacimiento y es mortaja. El vivo que no lo tiene no existe oficialmente y cuando muere y su recuerdo desaparece a la par que lo hacen los seres que recuerdan a esa persona, esta no sólo deja de existir sino que jamás existió. Para el que tiene nombre, a su muerte sólo su nombre le sobrevive. Con un nombre, registrado oficialmente, su existencia está garantizada y hasta es eterna, aunque sea en los libros.





     En una época de crisis como la que vivimos y de tan alta creatividad de los poderes políticos y económicos, esta reflexión sobre la importancia e historia de los nombres propios no es baladí, aunque desgraciadamente creo que estos poderes no han podido entrar a valorar su importancia. Probablemente como consecuencia de que las pesadas digestiones que produce la alta cocina creativa que tienen que sufrir en esas comidas que, de una forma u otra todos pagamos, requieren una concentración extra de sangre en el sistema digestivo y, consecuentemente, una disminución de la disponible en el sistema nervioso para el ejercicio de sus altas actividades pensadoras.


Fíjense la importancia de lo expuesto: seguro que los problemas de hambre en los países subdesarrollados tienen su origen en la inexistencia o ineficacia de esos registros civiles. Si estas personas inscribieran sus nombres en dichos registros pasarían a existir y por tanto, podríamos empezar a pensar en ellos (“mire usted, cómo vamos a repartir con ellos si es que no sabíamos ni que existían”). Luego ahí está la solución, nada de ayudas al desarrollo oiga, a crear registros civiles a troche y moche y ya después, si eso, se reparte.





Y si no, se puede operar al revés, si así lo creen mejor estos poderes. Por ejemplo, respecto al problema del desempleo que afecta a España, este se vería resuelto inmediatamente no registrando a determinados ciudadanos (“ ¡Oh!, lo siento, si el niño no viene acompañado de una oferta de trabajo o no hereda determinada fortuna no puede tener nombre, si acaso llámelo usted Invisible, ¿a quién no le gustaría ser invisible hombre de dios?, seguro que usted ha soñado alguna vez serlo, ¡eh!, picarón. ¡Venga hombre!, anímese todos los días no nace uno con superpoderes ”).  De esta otra forma todos contentos, los invisibles con su superpoder de la invisibilidad y los poderosos, tan altruistas, sacrificándose por nosotros, manteniendo su cuota de poder.


lunes, 2 de abril de 2012

DEL HIPERREALISMO AL ARTE ABSTRACTO


La pintura supone focalizar tu atención y aptitudes en un arte. Intentar apropiarte de manera consciente de un trozo de realidad. Hacerlo tuyo, modificarlo. Es un modo de expresión de la forma personal de percibir esa realidad. Es necesario un determinado dominio de la técnica para una correcta ejecución y una elección adecuada de la  técnica, el material y el estilo que más se ajusta a aquello que se pretende expresar.



Dos extremos: hiperrealismo y arte abstracto


      El hiperrealismo supone el intento de conseguir la reproducción exacta de una determinada realidad. Una pretensión de calco absoluto de la misma. Por tanto, su mérito básico radica fundamentalmente en su precisión, lo que requiere, en principio, un dominio absoluto de la técnica y una precisión en la ejecución. Antes del desarrollo de la fotografía  la creación de imágenes con la intención de reproducir con fidelidad la realidad se afrontaba desde la pintura, además de desde la escultura.  No obstante, con el desarrollo de la fotografía cada vez es menos necesario que la pintura se encargue de la reproducción fiel, exacta y precisa. Para ello es mejor lenguaje la fotografía. Se hace pues más conveniente la focalización de la pintura hacia terrenos que se alejen del hiperrealismo y tiendan más hacia lo abstracto. Esto supone añadir un plus a la obra, la de la percepción personal del artista.





En el extremo opuesto al hiperrealismo está el arte abstracto que, en su grado máximo, huye de toda reproducción de la realidad. Al situar la obra tan alejada de la realidad que representa y estar tan condicionada por la percepción del artista, su  entendimiento queda más limitado. Esto hace que sea menor el número de personas que pueden percibir la calidad del arte que encierra una obra. El arte también es expresión  y en este caso expresa pero comunica a muy pocos. Si sólo expresa pero no comunica entonces sólo tiene valor para aquel que lo crea.






En uno y otro extremo encontramos farsantes, supuestos artistas idolatrados gracias al esnobismo imperante en determinados círculos o al populismo de su obra, apoyados a veces en determinadas actitudes embaucadoras. Por un lado existen falsos artistas que se refugian en el abstracto por no dominar la técnica del dibujo. Por otro,  hiperrealistas que sacados de la reproducción idéntica de la realidad son incapaces de aportar una visión personal a la obra. No obstante, estos últimos al menos tienen el mérito de la precisión mientas que los primeros carecen de mérito alguno. Claro está, también existen genios incomprendidos, aquellos que bien se adelantan a su época y no son entendidos por la sociedad en la que viven o que siguen una línea propia al margen de la tónica imperante del momento (tal es el caso de Odilon Redon, por ejemplo). También están los que, dominando ambos extremos, elijen un determinado modo de expresión.


 
En resumen, en mi opinión la pintura tiene mayor valor como arte cuanto más se aleja de la representación fiel de la realidad y menor como técnica cuanto más se acerca a la abstracción pura. Todo ello debe de conjugarse con la capacidad de comunicar y de crear para aumentar así su significado como hecho cultural.