Pasear por
Sevilla, almorzar en ella, tomar café con tarta en un velador a escasa distancia
de las columnas romanas, que tantas vidas han visto pasar, de la Alameda de
Hércules y ver una película con la mejor compañía. Buenos ingredientes
para vivir una tarde "de cine".
Junto
al cine hay un solar vacío (¿la tele?). El solar está tapiado. En la valla, pintados, el
rostro de Audrey Hepburn, John Wayne y otras estrellas del cine clásico. El
muro tiene una pequeña puerta camuflada. Delante del muro transcurre la vida,
detrás de él un vacío, la nada. A pocos metros, en otro muro, proyectan hoy
vidas que llenan vidas. “The Artist”. La sala está casi vacía (siete
personas en el momento de mayor aforo) pero aunque estuviese llena, esta bellísima
película posee la capacidad de conseguir que el espectador se abstraiga de
cuanto le rodea y sea trasladado a un mundo fascinante.
Usando como
escenario el momento en el que aparece el cine sonoro y de qué forma afecta su
nacimiento al cine mudo, la película narra cómo ese cambio influye en la vida
de dos personas. Hoy vivimos otro cambio importante en el mundo del cine. El
cine ha pasado de ser un evento social a convertirse en un fenómeno que
transcurre esencialmente, merced al avance de la tecnología, en el ámbito
doméstico. No obstante, existen películas cuya historia y formato hacen
aconsejable vivirlas en un cine y no en el propio hogar. “The Artist” es
una película que debe ser vista en cine como homenaje a este modo de expresión
cultural que tanto ha aportado a la vida de tantas personas. Verla en cine es
un ejercicio de coherencia con la historia que narra la película y, en tanto que es una
película distinta (muda, en blanco y negro, positiva, …), una forma de retribuir, de agradecer lo que es diferente a lo imperante. ¿Por
qué lo nuevo (3D, infografía, etcétera) ha de ser mejor que lo antiguo (cine
mudo, fotografía en blanco y negro)?. Cada historia necesita un vehículo
adecuado para su expresión. “The Artist”, por coherencia, debe
ser filmada y vista así.
La
película es muy bella y entrañable. Consigue de una forma natural que el
espectador disfrute de ella en su formato y no eche de menos ni el color ni
los dialógos sonoros. Los actores hacen un magnífico trabajo y expresan
claramente unos sentimientos y sensaciones que el director nos hace llegar a la
perfección. Además es una película llena de detalles, metáforas imágenes,
referencias y momentos sublimes (como la
pesadilla del protagonista, por ejemplo). No sobra ni falta nada. Esta película
es un homenaje no ya al cine, sino a la vida. Sales de ella pleno y agradecido.
Ahora bien, ¿cuántas películas hay en una película?.
Al abandonar la sala de
proyección, una mujer joven, rubia y atractiva me sonríe de un modo especial.
Esa sonrisa esconde una historia. De pronto, mediante
flashes, voy asociando distintos sucesos y se va recomponiendo la historia de
esa sonrisa en mi cabeza. Antes de comenzar la proyección, esa mujer joven entra sola en la sala. En ese momento en la sala hay dos
personas. Se sienta detrás de mí, justo donde no puede ser vista por nadie. Con
la película empezada entra un hombre de mediana edad. De entre todas las
butacas disponibles, elije una en la misma fila que la mujer de la sonrisa y se
sienta bastante cerca de ella, aunque el comportamiento de ambos no invita a
pensar que vengan juntos. En un momento de la película el hombre comienza a
emitir una serie de sonidos que, en su momento, relaciono con un estado de
somnolencia bastante apropiado para la hora del pase (las cuatro de la tarde).
Más adelante, la mujer, con acento del norte de Europa, manda a callar con tono
imperativo al hombre de mediana edad (¡Por favor, no haga ruido!) en lo que
interpreté en su momento como un acto cívico heroico en defensa de la cultura.
Al rato noto como si el pie de ella diera contra mi respaldo, pero lejos de dar
una sola vez, son varias repetidas rítmicamente. Esto hace que me incomode y de
hecho pienso “¡Joder como se mueve esta tía!, ni que estuviera follando”. Ante
la molestia que me produce, decido moverme en mi asiento y, casi
inmediatamente, los golpes en el respaldo de mi butaca cesan. Al poco, sin
terminar la película, el hombre abandona la sala (apuesto a que iba sonriendo).
Terminada la película, fuera de la sala, me detengo antes de salir del cine y me
vuelvo un momento. Me encuentro de frente con la mujer y con la sonrisa especial,
una sonrisa que habita desde hace mucho
tiempo La Alameda. Todos habíamos pasado nuestra tarde "de cine", sólo espero que
a todos los que estuvieron en la sala les guste tanto su propia película como a
mí me gusta la mía y como me gustó “The Artist”.