La pintura
supone focalizar tu atención y aptitudes en un arte. Intentar apropiarte de
manera consciente de un trozo de realidad. Hacerlo tuyo, modificarlo. Es un
modo de expresión de la forma personal de percibir esa realidad. Es necesario
un determinado dominio de la técnica para una correcta ejecución y una elección
adecuada de la técnica, el material y el
estilo que más se ajusta a aquello que se pretende expresar.
Dos
extremos: hiperrealismo y arte abstracto
El
hiperrealismo supone el intento de conseguir la reproducción exacta de una
determinada realidad. Una pretensión de calco absoluto de la misma. Por tanto,
su mérito básico radica fundamentalmente en su precisión, lo que requiere, en
principio, un dominio absoluto de la técnica y una precisión en la ejecución.
Antes del desarrollo de la fotografía la
creación de imágenes con la intención de reproducir con fidelidad la realidad se
afrontaba desde la pintura, además de desde la escultura. No obstante, con el desarrollo de la
fotografía cada vez es menos necesario que la pintura se encargue de la
reproducción fiel, exacta y precisa. Para ello es mejor lenguaje la fotografía.
Se hace pues más conveniente la focalización de la pintura hacia terrenos que
se alejen del hiperrealismo y tiendan más hacia lo abstracto. Esto supone
añadir un plus a la obra, la de la percepción personal del artista.
En el extremo opuesto
al hiperrealismo está el arte abstracto que, en su grado máximo, huye de toda
reproducción de la realidad. Al situar la obra tan alejada de la realidad que
representa y estar tan condicionada por la percepción del artista, su entendimiento queda más limitado. Esto hace
que sea menor el número de personas que pueden percibir la calidad del arte que
encierra una obra. El arte también es expresión
y en este caso expresa pero comunica a muy pocos. Si sólo expresa pero
no comunica entonces sólo tiene valor para aquel que lo crea.
En uno y otro
extremo encontramos farsantes, supuestos artistas idolatrados gracias al
esnobismo imperante en determinados círculos o al populismo de su obra,
apoyados a veces en determinadas actitudes embaucadoras. Por un lado existen
falsos artistas que se refugian en el abstracto por no dominar la técnica del
dibujo. Por otro, hiperrealistas que
sacados de la reproducción idéntica de la realidad son incapaces de aportar una
visión personal a la obra. No obstante, estos últimos al menos tienen el mérito
de la precisión mientas que los primeros carecen de mérito alguno. Claro está,
también existen genios incomprendidos, aquellos que bien se adelantan a su
época y no son entendidos por la sociedad en la que viven o que siguen una
línea propia al margen de la tónica imperante del momento (tal es el caso de
Odilon Redon, por ejemplo). También están los que, dominando ambos extremos,
elijen un determinado modo de expresión.
En resumen, en
mi opinión la pintura tiene mayor valor como arte cuanto más se aleja de la
representación fiel de la realidad y menor como técnica cuanto más se acerca a
la abstracción pura. Todo ello debe de conjugarse con la capacidad de comunicar y de crear
para aumentar así su significado como hecho cultural.
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