Por la presente le emplazo a un paseo el próximo martes por la
tarde por el Parque Buttes-Chaumont al objeto de realizar un análisis
pormenorizado de esa última novela inacabada suya que tanto le atormenta. Valiéndonos
de mis años de experiencia estudiaremos con
detalle su dubitativo inicio, su torpe nudo y en el puente de piedra,
contemplando el maravilloso Templo de Sibila, le ofreceré su salvación como
autor con un espectacular desenlace. Ese final le aportará un valor especial no
sólo a su texto sino al conjunto de toda su obra. Será el salto definitivo con
el que ingresará en selecto club de escritores
de fama inmortal. Impacientemente suya, La muerte
En Detroit vive un tío que es un
artista en el sentido verdadero, real, integral de la palabra, por encima del
dinero, del éxito, del deseo de fama, por encima de egos y de prestigio. Una
persona que tiene una concepción artística de la existencia pero no como una
pose sino como una forma de ser que le nace de modo natural. El arte es
consustancial a su ser, es su ser mismo. Su forma de vivir es un testimonio también de sabiduría. Dicen que era mejor que Bob Dylan, realmente es un genio. No
renunció a su nombre por otro más comercial que le habría podido ayudar a ser
más popular. Era igual de artista antes de que un sensacional documental
(Searching for Sugar Man) lo sacara de entre la masa. Cuando sus canciones
triunfaban en Sudáfrica y él, ignorándolo, seguía trabajando en una empresa de
derribos, seguía siendo un artista, más si cabe. Cuando supo que era un ídolo,
un icono en otro país, tampoco renunció a su vida. Se llama Rodriguez y le
conocen como Sugar Man. Es la historia de un artista, de una persona que jamás
renunció a sí mismo.
En Jerez de la Frontera vive un
músico, Fernando García. Era el líder del grupo Rey de Copas y dejó la música
durante diez años a raíz del accidente de su hijo. No sólo la música le une a
Sugar Man. Años después de abandonar los escenarios, ignorándolo, casi al azar
se da cuenta de que una de sus canciones ha tenido muchísimo éxito en otro
continente musical distinto al suyo, en el de la música electrónica, después de
que remezclaran y versionaran una canción suya. Ahora le llaman el Sugar Man de
Jerez. Es un artista de la vida y lucha porque le den lo que en justicia le corresponde.
En esa misma ciudad hay un hombre joven que no sabía qué hacer con su vida. No encontraba su camino. Miraba a la vida desde el sentimiento, desde el arte. No sabía que su
camino era ese, la mirada. La mirada retenida, la fotografía. Y cuando la
conoció empezó a crecer porque todo somos semillas necesitadas de buenas
condiciones para florecer. Y así este
hombre se ramificó en miles de ramas con lustrosas hojas cuyos bellos frutos empiezan a nacer aunque
todavía hayan de madurar. Él no lo sabe pero ahora está en el camino de ser
también un artista. Se llama Alejandro Pérez Vega, es fotógrafo y varios meses
después ver Searching for Sugar Man fotografió al Sugar Man de Jerez para un
periódico.
Quizás ahora mismo, mientras
escribo estas palabras, un niño esté aprendiendo a leer en otra parte del
mundo. Un niño que llegará a ser un verdadero escritor.
Al
despertar esta mañana una tremenda alegría de origen desconocido me inundaba. No
me cuestionaba el motivo de la misma, la experimentaba como una sensación
natural y habitual en mí, con sentirla me bastaba. Desayuné leche y galletas, mojando
éstas en la leche y con ellas el mantel, mientras miraba absorto los dibujos
animados. Se me echó el tiempo encima y salí de casa atolondrado. A la par que
me colgaba la mochila terminaba de meterme la camisa por dentro del pantalón.
Al menos dos veces estuve a punto de tropezar durante estas maniobras. Posteriormente
vi aparcado ese coche que tanto me gusta y empecé a mirarlo a la vez que seguía
caminando. Al sobrepasarlo seguí
mirándolo con la cabeza vuelta hacia él. Faltó poco para chocar con una farola.
Sonó la sirena y eché a correr, fui el último en llegar y el director me riñó
por mi tardanza. Me amenazó con un parte. Hace tiempo que las regañinas no
producen ningún efecto en mí, si acaso nostalgia o melancolía. Dejé la escuela
tras terminar mis estudios y entré en la fábrica. Treinta años después no he
querido dejar de ser un niño aunque sólo sea por la falsa esperanza de que
vuelvas de donde quieras que estés aunque sea para reñirme. Te quiero mamá.
Desperté y
vi a cientos de personas tiradas en el suelo, en condiciones penosas, muriendo
indignamente. Muchos de ellos eran niños, sin síntomas todavía, que permanecían
al lado de sus madres agonizantes. Con ellos moría parte del futuro de este
mundo. La gente huía de los enfermos y los abandonaba a su propia suerte. No
existía ni siquiera la infraestructura necesaria para tratar a una población
sana. En los medios apenas se ensalzaba la valentía y solidaridad de las pocas
personas que permanecían junto a los enfermos. Las noticias se ocupaban
fundamentalmente de los escasos contagios producidos en los países
desarrollados. Entonces me levanté del sofá y apagué el televisor. Cogí el coche
y me dirigí hacia el trabajo. Durante el trayecto me asaltaron algunas
preguntas: ¿qué utilidad tienen los organismos internacionales?, ¿quién o qué
determina el valor que tiene un vida?, ¿vale más la vida de un perro que la de
un niño africano?, ¿a cuántos negros equivale la vida de un blanco?, ¿en qué
momento olvidamos la solidaridad? Sumido en estas preguntas conducía como un
autómata hasta que vi una luz roja. Detuve el coche a la altura del semáforo. Junto
a él un adulto joven de complexión fuerte ofrecía sus pañuelos a los
conductores. Subí rápidamente la ventanilla, era negro. Entonces descubrí que
yo también había sido contagiado por una de las epidemias más nocivas para la
humanidad, la del miedo.
A la orilla de un
mar cristalino que lamiendo las costas de este país intenta diluir tantas
vergüenzas, introduzco una fotografía y una nota en una botella que arrojo en
brazos del destino para que, mecido por las olas, cumpla su propio fin.
En el tiempo en el que se abre y se cierra el
obturador de una cámara fotográfica, una bala recorre el cañón de un
fusil. Dos segundos. Ese es
el tiempo en que tarda en cubrir una bala la longitud de un kilómetro e
impactar en su objetivo. A esa distancia, enfoco a un joven soldado que se
afana en instalar una bandera blanca, encaramado a un poste del tendido
eléctrico. Justo en el momento en que
llega a la cima, presiono el disparador de mi cámara. Entonces, un
sonido rompe en dos el mundo y el soldado cae, en peso muerto, como fruta
madura que se desprende de un árbol. A continuación un silencio ensordecedor se
apodera durante un breve pero interminable espacio de tiempo de todo cuanto
rodea a la escena. Me pregunto, ¿habré matado yo a ese soldado?
Contemplando
nuevamente la fotografía en la terraza de un bar de mala muerte, a orillas de
este mar apuro la segunda botella de un asqueroso aguardiente con sabor a hiel.
Intento aliviar así el insoportable peso de esta maleta de reportero de guerra
que llevo a cuestasimpregnada de
sangre, llanto y desgracia y llena de barbarie, vidas truncadas y muerte.
Introduzco la fotografía en la botella, mientras me pregunto si no serán mis
ojos una cámara que capta imágenes que se impresionan en mi alma y juego con la
idea de introducirme también en el interior de la botella y lanzarme en su
interior al mar, como un mensaje de redención para la humanidad.En ese momento, decido escribir estas
palabras que espero lleguen a ser leídas algún día por alguien... o no.
Horizonte detus ojos en expansión plena me arrojo a los acantilados del placer mecido aún por la marejada del mar de las infinitas mareas me abrazo a ti como un náufrago de la vida buscando sólo salvarme ... y cuando rompe la ola tendido en tu orilla de espuma en la deriva de tu sueño navego hasta Ítaca.
Nunca he
creído en aquello del pecado original. Más claro tengo que la culpable de aquella historia, en
cualquier caso, no podía ser la mujer, Eva.Después de escucharla, además, es imposible que ésta se apellidara Cassidy porque en la
garganta de Eva Cassidy anidaban los ángeles. Su voz dota a tu imaginación de las alas necesarias para
volar a otros lugares, a otros momentos.
Da igual que
sólo conservemos de ella versiones de canciones de otros artistas porque cada
vez que oyes una de sus versiones es como si escucharas la canción por primera
vez, como si siempre hubiera sido suya y tú, en el fondo, lo supieras.
Un pedazo de
su alma se contiene en cada una de sus canciones y, quiero creer, que por
repartirla, por entregarla con esa intensidad, al final su vida se agotó antes
de tiempo. Un día nos fue arrancada y hoy sólo puede vivir en nuestros
corazones. The Washington Post publicó que ella "podía cantar cualquier
canción y conseguir que fuera la única música que importara”. Desde luego
conmigo lo consigue, cuando la oigo sólo me importa la música. Su música.
Podría seguir
escribiendo sobre ella y su vida, una biografía interesante. Descubrirías que
tras esa sobrecogedora voz también hubo bellos gestos. Una actitud vital honesta
y creativa impregnada de sensibilidad artística. Las personas que mejor la
conocieron, sus padres, crearon una websobre
ella y en2013, se estrenará el documental Eva´s song, con el que
aliviaremos en parte su ausencia.
Pero realmente
sólo me interesa oir brotar su voz alimentada por el manantial de sensibilidad
de su alma, y que me inunde su música haciéndome sentir que me canta sólo a mí.
Y compartirlo con todos, anegando de belleza con su música este mundo.