Al
despertar esta mañana una tremenda alegría de origen desconocido me inundaba. No
me cuestionaba el motivo de la misma, la experimentaba como una sensación
natural y habitual en mí, con sentirla me bastaba. Desayuné leche y galletas, mojando
éstas en la leche y con ellas el mantel, mientras miraba absorto los dibujos
animados. Se me echó el tiempo encima y salí de casa atolondrado. A la par que
me colgaba la mochila terminaba de meterme la camisa por dentro del pantalón.
Al menos dos veces estuve a punto de tropezar durante estas maniobras. Posteriormente
vi aparcado ese coche que tanto me gusta y empecé a mirarlo a la vez que seguía
caminando. Al sobrepasarlo seguí
mirándolo con la cabeza vuelta hacia él. Faltó poco para chocar con una farola.
Sonó la sirena y eché a correr, fui el último en llegar y el director me riñó
por mi tardanza. Me amenazó con un parte. Hace tiempo que las regañinas no
producen ningún efecto en mí, si acaso nostalgia o melancolía. Dejé la escuela
tras terminar mis estudios y entré en la fábrica. Treinta años después no he
querido dejar de ser un niño aunque sólo sea por la falsa esperanza de que
vuelvas de donde quieras que estés aunque sea para reñirme. Te quiero mamá.
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