viernes, 2 de marzo de 2012

UN FUTURO MEJOR ES POSIBLE

     En la teoría clásica económica tres son los factores de producción: tierra, capital y trabajo. Durante muchos años las economías fueron básicamente agrícolas en ellas el factor estratégico era la tierra, de ahí que los poderosos fueran los terratenientes. Posteriormente, con la Revolución Industrial se produce una transformación de sociedades predominantemente agrícolas hacia sociedades industriales en las que el factor de producción determinante es el capital. Actualmente vivimos una era de revolución tecnológica, no menos importante que la industrial, en la que el factor esencial será el trabajo cualificado o talento (empresas como Google, Microsoft o Facebook requirieron para su puesta en marcha muy poco capital pero si mucho talento). Para que España pueda salir de esta crisis mejor posicionada cara al futuro debe de transformar su modelo productivo. Un modelo español basado en salarios bajos no es competitivo en un marco de globalización económica. Sencillamente los bienes españoles así producidos no son competitivos respecto a los procedentes  del sudeste asiático, por ejemplo. Por tanto, hay que crear el marco para incentivar la aparición y producción de ese talento, mediante acciones que supongan una retribución económica y social adecuada de ese talento.

Aplicando esa fórmula conseguiríamos, sin duda, una mejora del posicionamiento de nuestra economía en el contexto global, pero esto, a día de hoy, se antoja insuficiente. Cada día nos despertamos con varias noticias de índole económico, político o social que no contribuyen precisamente a nuestra felicidad. De un tiempo a esta parte, un sector cada vez más grande de la sociedad de determinados países se sienten cada vez mas infelices como consecuencia, fundamentalmente, del sistema económico actual. Un sistema que establece como una de sus bases lo que Clive Hamilton denominó el modo de vida esclavo, que es aquel que nos vende que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, cuanto más bienes acertemos a consumir, fundamentalmente si esos bienes se relacionan con un determinado estatus. Durante una época aquellos bienes que nos vendían como pertenecientes al estatus de mayor prestigio social y por tanto como una de las fuentes más completas de felicidad puesto que su posesión nos hacían parecer a ojos de los demás como unos triunfadores, han estado más al alcance de nosotros que nunca, ya que si no teníamos dinero para adquirirlo, el sistema facilitaba el crédito para su consecución. El problema es que esta vorágine nunca acababa, al poco aparecía otro producto que era el que realmente nos iba a hacer felices (obsolescencia económica programada). En un momento como el actual, en el que el poder adquisitivo de la mayor parte de la población española ha disminuido seriamente, la infelicidad y la frustración se incrementa notablemente al no disponer de medios para satisfacer esas necesidades creadas de forma tan burda. Más aun si tenemos en cuenta que muchas personas lo pasan realmente mal para poder cubrir sus necesidades más básicas. El sistema económico actual va en contra de la dignidad humana, que es un valor supremo. No digo esto sólo porque nos afecte ahora a nosotros. Al mismo tiempo el sistema produce la explotación laboral en determinados países emergentes, en cuya población irá creando a su vez necesidades artificiales que les lleven a asumir ese modo de vida esclavo completamente antinatural e innecesario. Además, mientras produce excedentes que son tirados a la basura en el mal llamado primer mundo, el sistema convive descaradamente y con una crueldad teñida de insensibilidad, con la miseria, el hambre y la muerte como paisaje habitual en los países del también mal llamado tercer mundo.
Existen culturas enteras cuyo objetivo principal no es el beneficio económico o apoderarse de las riquezas naturales, destruirlas o estropearlas, sino todo lo contrario, armonizarse con ellas. Puestos en el peor de los casos, que dichas sociedades fueran igual de infelices que aquellas que se rigen por el sistema capitalista actual (que no es así), al menos su postura es más inteligente, responsable y comprometida con el planeta y las generaciones venideras. Por tanto, se hace necesaria una detención del crecimiento en los términos que entendemos hoy mismo (crecimiento caníbal) así como una redistribución real de la riqueza. El objetivo de una sociedad no ha de ser el crecimiento, sino el progreso, entendido este no exclusivamente desde un punto de vista económico sino desde un punto de vista humanista. Si observamos bien el problema no afecta sólo a la economía, ni siquiera los sistemas políticos que se dan en la faz de la tierra están a la altura de las necesidades de los pueblos que los soportan. No hablo ya de las dictaduras (ya sean paternalistas u opresoras) es que ni siquiera las democracias representativas, que se han convertido en el mejor de los casos en unas oligarquías que disponen de unos medios de influencia para imponer su voluntad y de unos kafkianos mecanismos de control. Pero no seamos maniqueos, es demasiado simple y falaz generalizar y pensar que los políticos o los dirigentes son los malos y el pueblo los buenos. En realidad, todos los grupos sociales actúan como vasos comunicantes. Los políticos, los dirigentes y los banqueros salen de la misma sociedad, luego el problema realmente es un problema de valores de esa sociedad.
 Hay otras formas de desarrollo, el desarrollo de las personalidades, el pleno desarrollo de las potencialidades humanísticas, ser más humano, más persona. Decía Heidegger que el hombre olvida el ser para consagrarse al dominio de los entes, de las cosas. Por otra parte, Ernst Jünger decía que es dentro del ser humano donde es menester que se desarrolle un nuevo fruto, no en los sistemas. Pues bien, cuanto más nos ocupemos de nuestro ser y de lo que es realmente importante para nuestra existencia, antes desarrollaremos ese nuevo fruto que nos hará regirnos con unos sistemas más humanitarios y que producirán en nosotros un mayor grado de felicidad que los sistemas actuales.

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